Más que reparar el daño físico, urge reconstruir el sentido del deber
La reciente destrucción de dos estatuas públicas en Cajabamba
no debe ser tratada como una simple anécdota o una travesura juvenil. Se trata
de un acto moralmente reprochable que revela la disolución de los
principios racionales que hacen posible la convivencia social.
Esto nos lleva a un razonamiento desde ética kantiana, pues
toda acción debe poder erigirse en una ley universal. Esto exige
preguntarse: ¿podría todo ciudadano, en cualquier lugar y circunstancia,
destruir el patrimonio público y justificarlo como norma
general? Evidentemente no. Tal conducta, si se universalizara, aniquilaría
las condiciones básicas del respeto mutuo, del orden social y del sentido mismo
de lo común. Por lo tanto, es una acción inmoral en su raíz, pues contradice
la posibilidad de una legislación racional universal.
Pero hay algo más grave aún. No solo se ha violado una norma,
se ha actuado contra el deber. Según Kant, la moralidad no se mide
por el resultado ni por la intención subjetiva, sino por el principio que rige
la voluntad. Solo es moral aquella acción que se realiza por deber, esto
es, por respeto a la ley racional. La acción de estos jóvenes no fue motivada
por el deber, sino por inclinaciones, impulsos o desprecio del patrimonio. Allí
no hay voluntad moral, sino arbitrariedad y desprecio.
Evidentemente este acto constituye una forma de auto
humillación moral. Quien posee razón y libertad, pero las emplea para destruir
lo que pertenece a la comunidad, deshonra su propia condición de sujeto
racional. El ser humano se eleva por su capacidad de legislarse a sí mismo
conforme a principios universales. Destruir una estatua por diversión es
renunciar a esa dignidad.
No es posible, bajo ningún concepto, justificar esta agresión
al patrimonio común. Ni la edad, ni la emoción, ni el contexto los eximen de la
obligación moral. El respeto a lo público no es una sugerencia, es una más
bien una exigencia del deber. No es negociable. No se supedita a gustos,
impulsos o ignorancia.
Cajabamba ha sido herida, no solo en su espacio urbano, sino
en su conciencia colectiva. El acto vandálico ha dejado al descubierto la
urgencia de una educación moral auténtica, no basada en premios o castigos,
sino en el cultivo del deber por el deber mismo.
Los monumentos pueden rehacerse, pero el juicio moral si se
ha perdido, solo puede restaurarse mediante la razón, la educación y el
ejercicio responsable de la libertad. Cuando la razón deja de ser guía, lo que
sigue es el deterioro, no solo del ornato urbano, sino de la propia dignidad
humana. Cajabamba no necesita solo vigilancia, necesita verdaderos
ciudadanos morales.
F. Urbina.
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